Fidelitas

Ayer, varios compañeros de la Fundación nos reunimos "comme d'habitude" en el Cassandra, esta vez con doble motivo, el cumpleaños de Julia y la concesión de mi beca para EEUU.

Conforme nuestras gargantas fueron regadas de una importante profusión de cerveza, la conversación derivó en una discusión acerca de la relación de pareja y la cuestión de la fidelidad.

Al respecto me gustaría señalar dos puntos de los que me fui convenciendo a lo largo de la velada.

Primero.- Considero que el discurso políticamente correcto, heredado en parte del mayo del 68, que propone la relación de pareja como una especie de contrato en el que los dos miembros pueden acordar los márgenes de libertad y de flexibilidad que se dan, SOSLAYA que la infidelidad, si existe amor profundo entre ambos, por mucho que se hayan pactado cosas, es motivo siempre de desgarro emocional para aquél que la sufre, y que se trata de una píldora amarga que no resulta fácil de tragar. El amor busca la exclusividad, y todo lo que la niegue, aunque sea en una pequeña parte, resulta difícil de asumir.

Al mismo tiempo, debe reconocerse que es probable que, del mismo modo que el dolor es una función creciente del amor, también lo es la capacidad de perdón y la probabilidad de que la relación sobreviva.

Segundo.- Puede existir una cierta tendencia, entre el público masculino en especial, en hacer de la fidelidad una prueba definitiva de la continuidad o no de la relación. En este caso, creo, no estamos hablando ya de amor al otro, sino de amor propio. Lo que está en juego aquí es la imagen que el hecho de que nos pongan los cuernos da de nosotros mismos. Hacer depender el futuro de una pareja de la imagen que tenemos de nosotros mismos, sea como machotes o como cervatillos, tiene algo de resabio infantil y reflejo de una inseguridad subyacente.